HERMANDAD DE PENITENCIA Y COFRADÍA DE NAZARENOS NUESTRO PADRE JESÚS DE LA FLAGELACIÓN DE PADUL
PREGÓN SEMANA SANTA 2015
Pregón pronunciado por Don Antonio Manuel Santiago Berdugo
Centro Cultural Federico García Lorca
21 de marzo de 2015
Marta dijo a Jesús: Señor si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Pero sé que lo que le pidieres a Dios te lo concederá. Dijo Jesús: Tu hermano resucitará. Marta repuso: sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: YO SOY LA RESURRECION Y LA VIDA; quien cree en Mí aunque muriere vivirá y ninguno que viva y crea en Mí, morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le dijo: Si, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que ha de venir al mundo. (Jn 11, 21-27)
Buenas Noches:
Reverendo Sr. Cura Párroco de la Villa de Padul.
Excelentísimo Sr. Alcalde.
Sr. Presidente de la Asociación de Cofradías.
Hermanos Mayores, juntas de Gobierno de las Cofradías y Hermandades, familia, amigos, señoras y señores.
Quiero dar las gracias a todos los que me acompañáis esta noche aquí, a las personas que han confiado en mí para realizar este pregón de Semana Santa, a Fernando Ferrer por la presentación de mi persona, a mi familia, amigos, y a mis mayores que ya no están aquí presentes y son los que nos han transmitido el AMOR DE DIOS y la FE, y en especial a mí padre.
El mes de marzo nos trae una infinidad de olores, a tierra mojada por la lluvia, a primavera que comienza hoy, a romero en flor y a incienso, este olor que sale de la iglesia y de las casas de hermandad, dice que estamos en cuaresma, que es un camino de penitencia y ayuno, que nos prepara para el Triduo Pascual.
¿María como viviste los últimos días de tu Hijo junto a ti? Le pregunta un discípulo. Recuerdo que íbamos todos a Jerusalén a celebrar la Pascua como otras veces, pero algo en mi interior me decía que esta vez iba a ser todo distinto.
Mi Hijo iba a lomos de un pollino, en la entrada de Jerusalén lo esperaba mucha gente, una multitud que lo aclamaba como el Salvador del mundo, el Mesías prometido a nuestros padres desde Adán y anunciado por los profetas al pueblo para que mantuviera su fe. Pero ellos esperaban otra clase de libertador y liberación, la del yugo de los romanos que nos tenían sometidos. Pero la liberación que traía mi Hijo era mayor, era la del pecado.
Jesús al entrar en Jerusalén es aclamado por toda la ciudad, grandes y pequeños tienden sus mantos en el suelo para que pase, y con palmas y ramas de olivo gritan con júbilo:
¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!
Jesús victorioso entra en Jerusalén, pero en su interior sabe lo voluble que es el corazón humano y piensa en el sufrimiento que le espera esta Pascua.
Va acompañado de sus discípulos y de las mujeres, éstas siempre en un discreto segundo plano, pero no por ello menos importante y con ellas va María, que recuerda las veces que trajo a su Hijo al templo. La primera vez el viejo Simeón le anuncia que una espada de dolor traspasara su pecho. Cuando de niño lo vuelven a traer se les pierde a ella y a José y cuando lo hallan Él está sentado entre los doctores. Ese miedo de perder a su Hijo vuelve a su pensamiento, es una predicción de las espadas de dolor que traspasarán su corazón. Todos estos sentimientos se agolpan en el corazón de María al ver a su Hijo delante de ella entrando en Jerusalén.
Pasados unos días, mi Hijo les dice a sus discípulos que vayan a preparar la cena de la Pascua, que celebrarán todos juntos. Todo está preparado y juntos nos sentamos a la mesa, pero mi Hijo no deja de sorprender a los suyos, se dispone a lavarles los pies, como hacen los esclavos con sus señores, pero ellos no quieren, se niegan. Pedro le dice: ¡Como va a ser eso, Tú lavarme los pies a mí, jamás! A lo cual mi Hijo le responde, entonces es que no quieres formar parte de los míos, y Pedro le dice: ¡No solo los pies Señor, sino hasta la cabeza!
Vemos a un Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, convertido en el servidor más humilde de todos, ante el barro que Dios creó. Lava los pies a sus discípulos con dignidad, y lo convierte en un acto de servicio. Reparte el pan y el vino, instituyendo con este gesto la Eucaristía, el acto de amor con el cual se entrega y se queda entre nosotros para siempre. Siguen con sus ritos, celebran el paso de la muerte entre los primogénitos de Egipto, la liberación del faraón y el paso por el mar Rojo, la libertad de la esclavitud a la que había estado sometido el pueblo de Israel generaciones anteriores, beben, ríen, y cantan.
Después de celebrar la Cena, Jesús le pide que lo acompañen un rato a rezar, van como tenían costumbre al huerto de Getsemaní. El Huerto de los Olivos, es testigo de una noche amarga. Atrás queda el huerto que Dios plantó en Edén, para que el hombre viviera feliz, a imagen y semejanza de su Creador. Dios paseaba todas las tardes a la hora de la brisa para dialogar con Adán y Eva, hasta que un día fatídico, el pecado irrumpió en aquel lugar, para tentar y hacer pecar al hombre que tanto amaba, pues le había dado la supremacía de todo lo creado.
El Hijo de Dios vuelve a ese Huerto a saldar la deuda contraída por Adán. Ha cambiado el lugar, los personajes, pero Satanás vuelve para frustrar los planes de Salvación de Dios sobre los hombres. Donde abundó el pecado sobreabunda ahora la Gracia.
Llegan allí, les dice que recen, Jesús se va con Pedro, Santiago y Juan a un lugar más apartado, los deja y le dice que velen, se retira como a un tiro de piedra y empieza a orar al Padre.
Tierra firme, te siento en mis pies descalzos. Luna llena, testigo de mi llanto amargo, Esta noche, reseca esta mi alma y pienso Que este cáliz no puedo consumirlo entero.
Cómo arrecia este viento, quiere empujarme a morir.
No seré como hoja seca, mi otoño será vivir.
Siento que llega la hora, mis labios deben callar.
Solo hablaré con mi cuerpo, quien mire comprenderá.
En esta noche de olivos, desierto de soledad.
Solo una cosa te pido, se cumpla tu voluntad.
Jesús, el hombre, sabe el sufrimiento que se le acerca, las horas amargas y de soledad, reza a su Padre para que le aparte ese cáliz, pero dice que se haga su voluntad. Y con sudor de sangre, Jesús acepta el cáliz. Jesús da el gran SI a Dios, su Padre. Lo mismo que María su madre haría tiempo antes en Nazaret con el anuncio del ángel, al aceptar ser la madre de Dios Hijo y llevarlo en su vientre.
Jesús acepta el cáliz que le ofrece el ángel, el sufrimiento y la muerte, se niega a sí mismo y deja su vida en las manos de su Padre, para lograr la salvación de la humanidad del pecado. Es en ese momento, cuando Jesús dice “HAGASÉ TU VOLUNTAD Y NO LA MÍA”.
El mundo se salva del pecado, pues acepta su muerte y la vencerá con su Resurrección. Jesús busca ahora refugio en los suyos, va a buscarlos, pero ellos no han podido velar, se han dormido, como nosotros que siempre estamos ocupados con las cosas del mundo y no estamos nunca acompañándole, en cambio Él siempre está a nuestro lado.
La serpiente fue la protagonista en el pasado, ahora son los jefes de los Sacerdotes y del pueblo quienes a través de sus enviados, los soldados, son los que irrumpen de nuevo en el Huerto en esa noche trágica. Van guiados por un traidor, alguien a quién Jesús amaba, pero su corazón se cerró a ese amor, sólo por unas pocas monedas de plata: Judas. Un beso traidor será la señal de quién es. Que beso más distinto el de Dios al hombre, para dar vida, y el
del hombre para con Dios, para quitarle la vida. En el Edén Dios llamaba al hombre, y el hombre por vergüenza se escondía de Él.
Despierta a sus amigos del sueño, los soldados de los Sumos Sacerdotes ya están ahí para prenderlo, es un momento de desconcierto para los suyos, no saben lo que pasa.
Ahora sale a dar la cara y pregunta: ¿A quién buscáis? Los soldados confusos no saben a quién buscan, y no lo saben porque en su corazón hay tinieblas, obedecen más a la razón ilógica de las circunstancias que al corazón.
Unos luchan, otros se van corriendo por miedo a ser apresados. Jesús sufre en silencio el abandono de los suyos, solo quedan Pedro, Juan y Judas el traidor, acompañado de los soldados.
Los discípulos corren a decirle a María la detención de Jesús por parte de la guardia de los sumos sacerdotes. Sus ojos se llenan de lágrimas al escuchar el relato, y cuando le dicen que Judas es el traidor, a ella le duele más la traición de Judas a su Hijo, que la propia prisión de su Hijo.
Recuerdo que el alma de Judas siempre me dio miedo, y eso que yo lo quise más que al resto, porque era el que más necesitaba de mi cariño, recuerdo las veces que me asomaba al fondo de sus ojos para explicarle mi ternura y la de mi Hijo, pero él no entendía nuestro amor y confundió los besos con la
muerte, por eso su ausencia también es un dolor para mí, ¡Era como un hijo! ¡Era uno de vosotros!
Que noche más larga fue para todos, que desconcierto, unos van, otros vienen. Judas se arrepiente, pero ya no le aceptan las monedas que le han dado, su orgullo es superior a él, el saberse perdonado por Dios le puede, no lo soporta, porque él no se perdona a sí mismo, y entonces piensa en darse muerte y se ahorca.
Pedro, ese hombre rudo, pescador, que hace unas horas daba la vida por Jesús, diciéndole que no le lavara solo los pies sino la cabeza también, que al momento de prender a Jesús no le tiene miedo a nada y le corta la oreja a un criado del sumo sacerdote, ahora cuando le preguntan que si es uno de ellos, lo niega, y lo niega hasta tres veces. Pedro oye el canto del gallo, se acuerda de lo que su Maestro le había dicho en la cena, en ese momento pasa Jesús por el patio, y sus miradas se cruzan, la mirada de Jesús es todo bondad, amor y perdón. Pedro rompe a llorar, llora amargamente su negación, y dejándose abrazar por esa mirada de amor de su Maestro, sabe que lo ha perdonado.
Jesús en silencio el traslado a casa de Anás, los escupitajos, las bofetadas, las patadas, las risas, las burlas, todo por amor al hombre y por ser fiel a su Padre cumpliendo su voluntad para que el barro de su creación sea salvado. Se hace el juicio más falso de la historia del hombre; el Sanedrín condena a Cristo a la pena de muerte, pero tienen que pedir permiso a los invasores, pues los romanos le habían quitado el poder de ejecutar sentencias de muerte. Muy de mañana lo llevan ante Pilatos.
Pilatos ante las acusaciones que le presentan, ve que es un juicio falso, los sumos sacerdotes lo increpan diciéndole que si no le da muerte está contra el César, pues Él se proclama Rey de los Judíos. Lo manda a Herodes para ver lo que este dice, pero no hace ni dice nada, no encuentra en Jesús culpa alguna devolviéndolo a Pilatos cubierto con un manto púrpura.
Pilatos manda a Jesús a ser flagelado probando así si los corazones de los judíos se conmueven ante este terrible acto. Lo llevan al patio, y en una columna preparada para dicho tormento, Jesús es despojado de sus vestiduras, atado y en silencio siente el sufrimiento y el dolor de la flagelación, nadie le da consuelo. ¡Silencio!
Nada te turbe.
Nada te espante
Todo se pasa
Dios no se muda La paciencia
Todo lo alcanza
Quien a Dios tiene
Nada le falta
Solo Dios basta.
Estos versos que Tú inspiraste a Santa Teresa, muestran el inmenso amor de tu Padre, que te ayudará en esta hora de soledad y dolor, en la que Tú divino cuerpo sufre el suplicio de la flagelación. Azotes que desgarran tu carne, y hacen brotar de tú cuerpo tú preciosísima sangre, sangre derramada por el suelo para ser la salvación de nuestros pecados.
Son unos salvajes los que te flagelan, ven como tu carne se abre con sus latigazos, y tienen más sed de sangre. Primero en la espalda y luego por delante, no dejan en tu cuerpo un sitio en el que no haya herida, el suelo del patio queda manchado con la sangre del Hijo de Dios. Te dejan medio muerto, por nuestra culpa, pero Tú como un Hijo obediente lo aceptas por cumplir la voluntad del Padre, para que así seamos salvados, y veamos tu amor infinito e inagotable, cuando siempre estás dispuesto a darnos el perdón, aunque nosotros caigamos en el pecado una y mil veces.
Los sayones que te flagelan no se conforman con ver tu cuerpo hecho una llaga, trenzan una corona de espinas que atravesara tus sienes, te dan por cetro una caña y con un manto purpura sobre tu cuerpo flagelado, te proclaman ¡Salve Rey de los judíos!
Te llevan de nuevo ante Pilatos, este se sorprende al ver lo que han hecho contigo y los reprende, estás medio muerto, pero tu cuerpo resiste. Pilatos piensa que al verte así, el pueblo judío se conmoverá y ya no pedirán tu muerte. Se equivoca, los sumos sacerdotes tienen comprada la voluntad del pueblo y vuelven a pedir tu muerte. Pilatos hace otro intento por salvarte proponiendo tu liberación a cambio de la muerte de Barrabás. Pero los sumos sacerdotes no cejan en su empeño de verte muerto, y piden la liberación de Barrabás, Pilatos cede, libera a Barrabás y a ti te condena a muerte.
Junto con Juan y Magdalena me mezclo entre el gentío para no ser reconocida. Estoy alerta a las palabras de Pilatos, cuando escucho que lo van a flagelar, la sangre de mi cuerpo se para, se hiela, no corre, el mundo se para a mi alrededor, no es posible que vayan a hacerle eso a mi Hijo, que sufrimiento iba a pasar, pues ya sabíamos cómo la gente que lo había padecido moría en este tormento. De mis ojos brotaban lágrimas imposibles de contener, ese dolor solo lo sabe una madre, y una espada de dolor vuelve a atravesar mi corazón.
Lo que Dios me había dado para que lo cuidara, ahora los hombres me lo quitan para crucificarlo. Cuando sale mi Hijo después de ser flagelado, no sé cómo me mantuve en pie, era un dolor indescriptible, y mis recuerdos me trasladan a cuando era pequeño y lo curaba cuando se caía o se hería en el taller de su padre. Ahora no sabría que parte de su cuerpo curar, que sequedad invade mi alma al ver así a mi Hijo. Al ver su sangre derramada en el suelo y no poderla limpiar, no sé de donde saque las fuerzas para ir con El hasta la cruz, que sufrimiento invadió mi cuerpo, y una cálida amargura me acompañó en todo ese día.
Que dolor el de una madre con el dolor de su hijo; una madre nunca abandona a sus hijos, vosotras que sois madres lo sabéis, y estáis siempre con vuestros hijos, sufrís con ellos en las enfermedades, en las desazones, en la desesperanza, y los acompañáis siempre, siendo un apoyo para ellos y dando fuerza cuando la necesitan.
Pilatos cede ante la presión de los sumos sacerdotes, libera a Barrabás, y manda dar muerte a Jesús, pero no una muerte cualquiera, sino una muerte de cruz, destinada a las personas que no debían permanecer en la memoria del pueblo. Es tratado como el peor de los malhechores.
Jesús Nazareno carga con la cruz, la acoges en tus brazos, con amor, por ser la voluntad de Dios. Eso es lo más importante para Ti, y tu cuerpo la acoge y la ama, pues sabes que son nuestros pecados. Son los pecados del mundo y para salvarlo tienes que cargar con ella y morir en ella. ¿Flaquearía el hombre?
Seguro que sí, pero el amor a su padre le da las fuerzas para cargar con ella, y llegar hasta el calvario.
Tú cuerpo no puede más, y caes bajo su peso, te faltan las fuerzas, te pegan, te insultan, te azotan, te humillan. Tu amor infinito te da las fuerzas para levantarte y volver a cargar con ella, y hasta tres veces cedes ante su peso, te ayuda un hombre de Cirene, y entre los dos llegáis al Calvario.
En el camino al Calvario, una mujer se apiada de Ti, te da agua, enjuga tu rostro en un lienzo, para así mitigar un poco tu dolor, se apiada y se conmueve al ver tanto sufrimiento. En esa calle de amargura encuentras a tu madre, vuestras miradas se cruzan, y vuestros corazones son los que hablan. ¡Que se dirían esos corazones!
En la calle de la amargura agolpada entre la gente, intento ver a mi hijo. ¡Qué dolor! Ver a mi hijo así, mis ojos arrasados en lágrimas, miran a los suyos que están envueltos en sangre y sudor. Es duro ver al Hijo de Dios así, tratado de esa manera, es el salvador del mundo, ¿Qué es lo que estáis haciendo con Él? Mi corazón está transido de dolor y ya no puede más, como cualquier madre ante el dolor de un hijo. Pero no puedo abandonarlo, es mi hijo, el hijo de mis entrañas, el que nació en Belén en un establo. En el rostro de mi hijo, en esos ojos, esos labios y esas manos que a tantos curaron, hay compasión para los que lo van a crucificar, pues El solo habla de PERDÓN.
Yo recordaba las palabras del ángel, y pensaba que donde estaría ahora él que me llamaba bendita. Entonces los ojos de mi hijo me respondieron:
Dios te salve María, en esta hora terrible que vives. Llena eres de gracia, y de dolor, pues el dolor es otra gracia que nos hace más fuertes. Al confiar en tu hijo y ponerlo todo en sus manos y ofrecérselo todo a Él. El Señor está contigo, pues tu hijo no te abandona. En esa mirada estamos más juntos que nunca, pero también más solos, el uno con el otro. Y otra vez bendita, porque ahora vas a ser madre, madre de la humanidad. Pero esta maternidad tendrá dolores de muerte, pero serás más fuerte, y serás capaz de soportar siete calvarios, y todo por hacer la voluntad de tu hijo.
Vuestra soy, para vos nací.
¿Qué mandas hacer de mí?
María acepta la voluntad de Dios, con todo el sufrimiento de ese momento, pero en el fondo es feliz sabe que se cumplirá la sagrada escritura y su hijo resucitará.
Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén que lloran al verle, él se apiada de ellas, y les dice que lloren por sus hijos, que más les hubiera valido ser estériles, pues si esto es lo que hacen con el Hijo de Dios, que no harán con los hombres.
Llega al monte de la carabela donde va a ser crucificado, después del sufrimiento que lleva es despojado de nuevo de sus vestiduras, lo dejan desnudo, se sortean la túnica, que estaba tejida de una pieza y no quieren romperla.
Lo clavan en la cruz. Que dolor sentiría su cuerpo al verse traspasado por los clavos, sintiendo como se rompe su carne, y aún más dolor cuando le alzan en la cruz y su cuerpo cae sobre sus pies clavados. Lo alzan cual estandarte para que lo vea todo el mundo, para que sepan lo que hacen con los malhechores y con los que se proclaman Hijos de Dios. Que sonido sordo produciría la cruz al caer en su sitio, que grito de desgarro saldría de su boca, su madre correría a intentar socorrerlo pero no la dejarían.
Pero Tú, que eres Dios, en esos momentos tienes el gesto de entregarnos a tu madre, como madre nuestra. Ella estaba allí, al pie de tu cruz, como todas las madres hacen en el dolor de sus hijos.
Sufriendo cuando se mofan de Ti, viendo tu cuerpo herido, queriendo cuidarlo y limpiarlo sin que la dejen, y diciendo que más le hubiera valido ser ella la que estuviese en esa cruz, para evitarte ese dolor y padecerlo ella. Al lado esta Juan, que la toma desde aquel momento como madre acogiéndola en su casa, siendo desde ese momento la madre de toda la cristiandad.
Hasta el último momento demuestras tu amor, al pedir perdón por los hombres, a tu padre.
“PADRE PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
¿Se puede ser mejor hijo? No. Entregas la vida, pensando que tu Padre te ha abandonado, pero en el fondo sabes que no, que Él te acompaña. Entregas el espíritu, la vida y todo tu ser a cambio de nuestra salvación, de una humanidad injusta, pecadora e ingrata, que mira lo que te ha hecho, y tú lo aceptas por cumplir lo que el Padre te mandó. No cabe amor más grande que el AMOR de Dios.
No me mueve. Mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por ello de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte,
Clavado en esa cruz y escarnecido,
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
Muéveme tus afrentas y tu muerte.
Tú me llamas a tu amor de tal manera
Que aunque no hubiera cielo yo te amara
Y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
Porque en cuanto yo espero no esperara
Lo mismo que te quiero te quisiera.
Yo estaba allí, al pie de la cruz de mi Hijo, acompañada de Juan, Magdalena y las otras mujeres. Qué impotencia al ver a mi Hijo entregar el espíritu.
Después de todo lo que llevaba pasado desde que lo prendieron, recuerdo toda mi vida pasada junto a Él, penas, fatigas, alegrías, incertidumbres, toda su vida.
El centurión para asegurarse de que estaba muerto traspasó su costado, y manó sangre y agua. Sangre que es salvadora del pecado, y esa agua, que son nuestros pecados, pero se diluyen en la sangre, el amor de mi Hijo es tan grande que los perdona por su sangre y nos da la salvación eterna.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén.
José de Arimatea, discípulo de Jesús en la clandestinidad, pide el cuerpo a Pilatos para que sea sepultado y no se quede allí tres días. Los discípulos descuelgan el cuerpo y se lo entregan a su madre.
María tiembla, al recibir en sus brazos a su hijo muerto, tiembla de angustia, de pena, de rabia, de desconsuelo, de la soledad que la embarga toda, y de dolor. Su pensamiento vuela a cuando ella lo cogía en sus brazos acunándolo para que se quedara dormido y le besaba la frente. Ahora besa esa frente fría, sucia, ensangrentada y traspasada por la corona de espinas, esas manos y esos pies taladrados por los clavos, ese cuerpo traspasado por la lanza del centurión, esa espalda castigada con el tormento de la flagelación. Qué lejos estaban los días de Belén, Egipto y Nazaret.
Cuánto dolor contiene esta escena la de una madre con su hijo muerto en brazos, que sola se sentía María en esos momentos, hasta parecía que el Padre los había abandonado, pero ella tenía FE, y en ella estaba la esperanza. La despojan de su Hijo pues sabe que tienen que enterrarlo, ahora si está sola en su dolor, aunque quieran consolarla se siente sola, y va recordando todos los dolores que ha pasado en ese día, mientras el cuerpo de su Hijo es depositado en un sepulcro nuevo excavado en la roca.
“NUNCA TUVO LA TIERRA AL SOL TAN ADENTRO”
Después de dar sepultura al cuerpo de Jesús se van desconcertados, desanimados, con miedo, pues su ideal se les ha ido, lo han matado. El sábado día de fiesta para los judíos, se convierte para los discípulos en un día oscuro, pues no saben lo que van a hacer, están derrumbados y abrumados. María siente una soledad tremenda en su alma, confía en Dios, sabe que su Hijo resucitará, y consuela a los discípulos en esos momentos en los que hasta salir a la calle les da miedo. El sábado, día de esperanza, recuerdan todo lo que han vivido junto a Jesús, como les explicaba las escrituras, mientras preparan las cosas para ir a embalsamar su cuerpo.
Este día es el paso de la muerte a la Vida.
El domingo muy de mañana María Magdalena quiere ir a ungir el cuerpo de su Maestro, como ya lo hizo antes con un frasco de perfume de nardo y lo enjugó con sus cabellos. Su pensamiento mientras iba de camino era quien les ayudaría a mover la roca que tapaba la entrada al sepulcro, pues no iba ningún hombre con ellas.
Su sorpresa su grande al ver que la roca estaba movida, entran y ven que el cuerpo de
Jesús no estaba allí.
Un joven les dice:
¿Qué buscáis mujeres aquí?
Él que había muerto ya no está.
La Resurrección como había dicho se cumplió. ANUNCIAD A TODOS QUE ÉL RESUCITÓ.
La resurrección es el culmen del AMOR de DIOS. Jesús resucita de entre los muertos, cuando María conoce la noticia su corazón estalla de alegría al saber que su Hijo vive, su FE le ha dado la esperanza y le ha ayudado a mantenerse fiel a Dios en el sufrimiento pasado, ella siempre confía en Dios.
Ahora es a su iglesia, que somos nosotros, a quien nos dice “SAL FUERA” que proclamemos su resurrección a todo el mundo, porque Él en la hora de su muerte nos proclamó hermanos suyos, nos perdonó, nos constituyó en Iglesia y nos manda su Espíritu, el Espíritu Santo, para que anunciemos su mensaje de Vida y Amor.
La iglesia es el cuerpo de Cristo que vive en la historia. De la iglesia soy parte integrante y es mi mayor gloria. A la iglesia entré por el bautismo que Cristo me dio.
Y por eso mi orgullo se ensancha y digo en voz alta.
¡¡¡IGLESIA SOY YO!!!
He dicho.